POR FIN LES PUEDO DEJAR AQUI LA APASIONANTE HISTORIA DE misshapines POR FIIINN TUVE TANTOS PROBLEMAS! UN BESO!

2. La calma antes de la tormenta
Pasé toda la lista de canales de la tele de cabo a rabo, sin encontrar un mísero programa interesante, así que me quedé mirándola estúpidamente, en quien sabe que idiotez, sin verla realmente.
Hoy no había quedado con Alex, así que mi día era como antes de tenerlo a él: un infierno. Siempre era así cuando no le tenía al lado. Porque sí, después de ese primer temido y a la vez deseado beso, habíamos empezado a salir juntos, oficialmente. De eso hacía tres meses y medio. Poco a poco, superé ese ridículo miedo que le tenía, cada vez siendo más y más natural con él. No hice caso a nada ni a nadie, y fui feliz. Durante todo ese tiempo, fui genuina y estúpidamente feliz junto a él, llegando a sentir el amor más grande que jamás sentí hasta entonces. Lo amé de verdad. Incluso llegué a adelgazar seis quilos por él. Él era mi primer novio, y no pensaba echarlo todo a perder por mis miedos. Era un príncipe, que había venido cabalgando en su caballo blanco para rescatar a una chica como yo, común y corriente, de un mundo gris. No podía desaprovechar la oportunidad. ¿Cuántas posibilidades había de que mi sueño se hiciese realidad, otra vez?
Mis padres se lo tomaron estupendamente, siempre invitándolo a comer y a cenar. En realidad, todo el mundo a su alrededor parecía adorarlo, no hacían más que decir lo inteligente y lo bueno que era. Yo estaba en la gloria, siendo la envidia de todas las chicas por una vez en mi vida. No podía imaginarme que había visto él en mí, pero mientras lo siguiera viendo, yo era feliz. Los raros de verdad eran sus amigos, ya que parecían tener una doble reputación: una perfecta, como la de Alex, y otra de chicos realmente malos, proveniente de las chicas. Por supuesto, nadie les hacía caso. ¿Unos chicos trabajadores y listos como ellos, dedicándose en su tiempo libre prácticamente a la violación? Todos pensábamos que eran ex novias celosas y envidiosas.
Aún así, yo estaba flotando en una nube, porque Alex, mi Alex, era perfecto. Nadie se daba cuenta de nada. Por supuesto, yo debería ser la primera en verlo todo: sus muecas fingidas, sus palabras falsas, sus intentos de ir a más. Yo era la que pasaba más tiempo con él, aparte de sus amigos. Yo era la dirección a la que él dirigía su falsa apariencia. Yo era quien debía darse cuenta de lo que ocultaba su máscara, teniendo esta tantos resquebrajos como tenía. Mi única defensa es que estaba locamente enamorada, con los ojos vendados. Por supuesto, esta defensa se desmorona frente a la realidad, y no pasa un día sin que me eche la culpa. Pero es mi única muralla.
De repente, el teléfono empezó a sonar, y al ver el nombre rodeado de corazones, empecé a dar saltitos. Era él. Intenté serenarme, para no parecer una loca desesperada, y dije:
-¿Diga?
-Hola, Irene, soy yo – por supuesto que eres tú, pensé -. ¿Qué tal?
- Genial, me lo estoy pasando pipa mirando las musarañas. – Rió- . ¿Y tú? – deseaba oír su dulce voz como nunca.
- De hecho, acabo de convencer a mis padres de que me dejen hacer una fiesta. – Me pregunto si pudo acabar de decírselo a sus padres antes de que ellos aceptaran. La madre de Alex era una de esas amas de casa que se pasan el día en la peluquería y haciéndose la manicura y la pedicura. Aunque las compras en tiendas de lujo también estaba entre sus favoritas. Con el dinero que ganaba el señor Ruiz, el padre de Alex, con su empresa de madera y no sé que más, estaba segura de que podía permitírselo. Ninguno de los dos lo querían de verdad, y les importaba un pimiento lo que él hiciera, pero eso a Alex parecía no importarle. Esa era otra de las cosas que admiraba de él, que era capaz de salir muy bien parado de una familia que a cualquier otro lo habría machacado. - ¿Quieres venir? –continuó él.
- No, sinceramente prefiero quedarme con mis musarañas. ¡Por supuesto que quiero! ¿Cuándo es?
- Esta misma noche, a las diez.
Me helé, mirando mi reloj pinsajo de Los Juegos del Hambre que tenía colgado de la pared.
-¡Pero para eso faltan tres horas!
-¿Y?
- ¡Pues que no tengo nada que ponerme! ¿Y el pelo? ¿Y mis padres?
- Oh, bueno si es eso no pasa nada, yo te ayudo. Ponte el vestido que te regalé hace unos días, y estarás perfecta. –Enrojecí al instante. Ese vestido era de un material negro brillante, muy corto, muy escotado, por delante y por detrás y muy ajustado. En el parecía de verdad que tenía algo que enseñar, y resaltaba mi piel blanca, mi pelo rojo brillante y mis ojos esmeralda. Parecía guapa. Pero no era para nada mi estilo. Aún así, él me lo regaló y también es él el que me pide que lo lleve, así que acepto. Intentado no pensar el lo infinitamente incómoda que me sentiré en él. – El pelo llévalo recogido hacia atrás, para que se te vea el cuello. –Tengo que reconocer que sabe cómo hacer que una chica se sienta guapa. - Y en cuanto a tus padres, no creo que haya problema en cuanto les digas que la fiesta es en mi casa y que estarás conmigo. –En eso tenía toda la razón.
Así que quince minutos más tarde empecé a prepararme para la noche que había de cambiar mi vida. Aunque yo no lo sabía.
















3. El Apocalipsis
Llegué en frente de su casa a las diez menos diez. No quería perderme nada, y querría hacerlo de una vez. Presentarme allí y ya. Tal vez cuando estuviera dentro de la casa no sentiría esos terribles nervios, en mayor parte causados por mi vestido y las miradas que ya recibía. Intenté subirlo un poco por delante y bajarlo por detrás, sin resultados. Respiré hondo y llamé a la puerta. Me abrió Alex ya que, al parecer, sólo estaban él y sus amigos. En total, eran cinco: Alex, Carlos, Miguel, Sergio e Iván. Todos chicos perfectos, con notas perfectas, modales perfectos, cuerpos perfectos. Aunque en cuanto entré, todos me echaron miradas descaradas y mal disimuladas. Alex parecía en la gloria, como si enseñara su trofeo a todos ellos, diciendo: “¿No está mal, no?”. Me besó con una pasión que me hizo ponerme, si cabe, aún más roja. Cuando nos separamos, no tuve el valor para mirar otra cosa que no fuera el suelo. Por eso no vi cuando otro chico bajaba las escaleras de enfrente mío. Sólo en el momento en que Alex le habló, diciéndole algo de su ropa, levanté la cabeza y me di cuenta de su presencia. Alto y delgado, la tez de un cremoso color entre la mía de mármol y la normal. El pelo liso y castaño claro, y los ojos de miel. Llevaba unos vaqueros rotos por las rodillas y una camiseta de un azul desgastado. Debía haber sido eso a lo que se había referido Alex, a su aspecto desgarbado. Alex odiaba ese tipo de cosas.
- Bueno, a mí me gusta – respondió el chico simplemente.
Alex suspiró. Entonces se dio cuenta de que yo también estaba allí, ya que aún tenía su mano alrededor de mi cintura, cosa que no hacía sino acentuar mi incomodidad, más aún después del beso de hace sólo unos segundos.
- Ah, claro. Álvaro, esta es Irene, mi novia. Irene, mi primo Álvaro.
- Encantada – dije. Me incliné para darle dos besos, como haría con cualquiera, pero la mano de Alex todavía estaba alrededor mío, limitando mis movimientos, y no parecía dispuesto a soltarme. De ese modo, Álvaro tuvo que inclinarse por los dos. No parecía que le importase mi persona o cualquier cosa que dijera o hiciera. Sólo cuando se separó de mi mejilla izquierda para ir hacia la derecha se detuvo un momento en mis ojos, con una mínima parte de atención. Pero fue tan rápido que estuve segura de habérmelo imaginado.
Me enteré de que Álvaro y sus padres se iban a mudar aquí, en Barcelona. Venían de Madrid, y él había nacido y se había creado allí, pero sus padres eran originales de aquí, y quisieron volver a su tierra. A él no parecía importarle. Se quedaban temporalmente en la casa de Álex, hasta que llegasen todas sus cosas y pudieran mudarse tranquilamente a su propia casa. La espera tampoco parecía importarle. Álvaro iba a entrar en nuestro instituto en cuanto empezaran las clases, así que debía aprender el catalán rápidamente. Por supuesto, todo eso tampoco le importaba. Me pregunté si había alguna cosa sobre la faz de la Tierra que llamara siquiera su atención.
Pronto llegaron más invitados, así que interrumpimos la cháchara y Álex me llevó a saludarlos a cada uno. Caras pegajosas por las capas de maquillaje, sonrisas obviamente falsas, voces melosas y nombres que no recordaría ni aunque quisiera fueron desfilando delante de mí sin parar. No hice caso ni a las miradas descaradas de ambos sexos y poco a poco, aunque no en totalidad, fueron desapareciendo. Álex me sacaba a bailar todo el rato, sin darme ni un mísero respiro, siempre demasiado pegado a mí, siempre lleno de besos tan pasionales que quería echar a correr. Pero como buena novia me mantuve plantada, los ojos fuertemente cerrados y la mente en mitad de un huracán. Por no hablar del corazón, que se me paraba con tanta frecuencia que temía sinceramente que me diese un ataque.
Álex se acercó a mi oído y yo, creyendo que me iba a decir algo, le dejé hacer. Pero él, sin hacer caso a las personas de nuestro alrededor ni a mis sentimientos, empezó a besarme recorriendo desde la parte de atrás de mi oreja hasta la base de mi cuello. Cada uno de mis músculos se contralló, y mis huesos se helaron hasta la médula. Me paralicé de terror, y las únicas partes de mi cuerpo que respondían eran mis párpados, cerrándose varias veces para retener las lágrimas. De repente pensé: <<¡¡Estúpida!! Eso es lo que los novios hacen ¿no? ¡Pues déjate llevar! Sólo te esta besando el cuello, no es como si fuera a más. >> Pero aún así… ¡Dios mío, me estaba besando el cuello! A pesar de que lo amaba, no era capaz de ir hasta allí, especialmente pensando que antes de él ni siquiera había llegado al beso. No, eso tenía que parar. No podía seguir, simplemente debía separarme de él. Y finalmente lo hice y dije, con voz apenas audible:
- Alex, no… Yo… Hay mucha gente y… no quiero… - trataba yo de explicar, sin saber como decirle que sencillamente lo quería lejos de mí.
Él me miró a los ojos y por un momento temí que me dejase diciendo que era una simple niña tonta, pero él sonrió.
- Tienes razón. Ven – me dijo, cogiéndome de la mano. Me dirigió hacia las escaleras y yo le dejé llevarme, aún aturdida. Subimos las escaleras y nos paramos enfrente de su habitación. Había estado ya allí, otro día, cuando él me enseñó su casa. Pero ahora era totalmente diferente de entonces.
Alex se puso de espaldas a la puerta, me atrajo a él y me besó los labios lentamente, pero con pasión. Cuando nos separamos, su mano derecha fue hacia la manija de la puerta, mientras que la izquierda recorría mi espalda. Abrió la puerta y se desplazó hacia dentro.
- Venga, tranquila, aquí no nos molestará nadie. – Entonces entendí. Lo que él vio en mis palabras no era un “no quiero”, era un “quiero, pero a solas”. Y me había llevado a su habitación para seguir sin que nadie nos “moleste”.
Me paralicé de terror. Agarré fuertemente el marco de la puerta e intenté soltarme de su mano.
- No, Alex, yo no…
- Oh, venga, no seas tonta. Ya verás como no es tan malo.
Mi corazón empezó a retumbar dentro de mí. ¡Tenía que salir de esa situación como fuera!
- No, no quiero. No estoy preparada. Además, sólo llevamos unos meses juntos.
- ¡Exacto! ¡Unos meses! Y la gente normal lo hace en la primera semana. Ya esperé demasiado.
Me pregunté que clase de gente “normal” era esa. También me pregunté a que venía ese tono brusco y ese comportamiento violento tan de repente, si siempre era de lo más gentil. Empecé a hiperventilar, dándome cuenta de que el aire no era para nada suficiente.
- ¡No quiero! Maldita sea, no quiero.
- Venga ya, deja de ser tan mojigata y entra de una vez.
Me aferré más fuerte al marco de la puerta, mientras trataba de soltarme la otra mano, aún prisionera entre las suyas. Pero era inútil, Alex era demasiado fuerte y no podía hacer nada. Me pregunté cuanto tiempo pasaría antes de que mis dedos se volvieran como unas berenjenas.
- Alex, déjame, me haces daño.
De repente su cara se transformó. Ese no era Alex. Era un monstruo hambriento. Mi corazón empezó a bombear adrenalina por todo mi cuerpo. Forcejeé para liberarme, pero era imposible. Su mano era como un grillete alrededor de la mía. La derecha también fue en busca y captura de la que se resistía firmemente en el marco. Oí un grito, y ya que estábamos completamente solos, supuse que era mío. Lágrimas de terror empezaron a salir de mis ojos.
Y de repente, las cosas pasaron muy rápido, y todo se volvió un borrón oscuro. Alex tiró de mí hacia dentro, sin importarle mis resistencias. Se oyó una puerta en alguna parte, y un momento después una sombra salió de ningún sitio y golpeó a Alex, el cual me soltó y cayó al suelo. Yo también me caí, golpeándome la cabeza en algún sitio. Lo último que recuerdo es que la sombra se interpuso entre mí y Alex, y percibí un leve perfume en el aire, como a canela. Y después me desplacé hacia la oscuridad.